martes, 25 de enero de 2011

Primera cronica.

Crónicas de Mundo Oculto: Recuerdos de tormenta.

La primera vez que los vi tenía diez años.
Intentaba dormir, pero la tormenta que arreciaba no me dejaba. El viento aullando entre las ramas del viejo árbol del patio y los cables de alta tensión, la lluvia golpeaba  furiosa contra mi ventana, el blanco estallido de los relámpagos deformaba las sombras y los objetos de mi habitación…
Y  en cada momento de silencio, ese otro ruido, esa respiración gelatinosa y entrecortada, que parecía salir de todos  y de ningún lado en particular.
Hacía varias noches que lo venia escuchando, al principio solo como un murmullo  y con el pasar de los días se había transformado en algo mucho más real, mucho más aterrador.
 Intente contárselo a mis padres, pero no me creyeron, pensaron que se trataba de una broma o de un invento de mi imaginación infantil…
“Tienes tu cobija especial, ¿no Julián?, podes taparte hasta las orejas y rezar porque el cuco no te vea”
Los dos rieron.
Como los odie por eso.
Y esa noche, bajo las mantas de mi cama, mi único escudo frente a todas las fuerzas del mal y la oscuridad de este mundo, los odiaba aun mas.
Porque “eso”  fuera lo que fuera, se escuchaba mas cerca, el entrecortado y burbujeante jadeo parecía estar  asechándome desde cada rincón oscuro de mi habitación…mas y mas cerca…
Un trueno estallo en el cielo y el mundo quedo en silencio, podía ver los relámpagos y sentir la vibración del viento y la lluvia contra mi ventana… pero el  único sonido que se escuchaba era ese respirar.
Era como si algo hubiera entrado a este mundo y hubiera arrancado mi habitación de la realidad… o como si el lugar se hubiera deslizado fuera del tiempo y el espacio hacia algún sitio intermedio entre este mundo y otro mucho mas oscuro y amenazador.
Por primera vez en mi vida me sentí  desesperadamente solo. Intente gritar pero sabía que era en vano, ningún sonido salió de mi garganta y estaba bastante seguro de que ya no me encontraba al alcance de mis padres.
Mi primera lágrima llena de horror rodó por mi mejilla al ver como una horrenda mano blanca, con dedos huesudos como los de un pájaro, se asomo por el marco de la puerta como una deforme  araña alvina.
Y el olor… el olor era espantoso.
Una vez cuando tenía siete años, estábamos jugando con mis primos cerca del enorme ombú de la plaza del barrio. Mientras corríamos de acá para allá siguiendo el sonido de las cigarras, encontramos una bolsa de consorcio cerrada entre una de las gigantescas raíces. Estaba hinchada y tenia moscas verdes alrededor. Zumbaban y bailaban sobre la negra superficie, bajo el despreocupado sol de verano. Jorge, mi primo menor, intento espantar con una rama a las moscas, pero termino dándole un golpe de lleno a la bolsa, rompiéndola.
Una horrenda bocanada de podredumbre salió disparada de la bolsa y nos quedamos helados y horrorizados al ver el tesoro oculto que guardaba en sus entrañas.
Gatos. Tres gatos nos miraban con sus ojos opacos y muertos desde el  oscuro interior de la bolsa. Uno tenía la cabeza abierta y se le podía ver parte del cerebro. Las moscas cantaban agradecidas por el festín que ahora estaba a su alcance. La imagen de miles de pequeños gusanos blancos inundo mi mente.
El mórbido encanto se rompió cuando Jorge sucumbió a la imagen y al aroma, se giro sobre sus talones  y vació todo su desayuno sobre sus Adidas nuevas.
Pero ahora era mil veces peor, era como si cada cosa podrida, húmeda y rancia de este mundo hubiera decidido reunirse en mis fosas nasales.
Me dieron arcadas y me cubrí la boca con mi mano, mientras seguía mirando hipnotizado de espanto como esa pálida garra jugueteaba en la entrada de mi cuarto.
Una segunda mano apareció en el marco, y luego otra y otra y otra mas…
Parecían brotar de la oscuridad que reinaba mas allá de la puerta de mi habitación, una puerta que yo sabía muy bien, ya no conducía al pasillo de mi casa.
Con cada relámpago notaba que las manos se aferraban con mas fuerza haciendo crujir la madera del marco, como tomando impulso para traer de un tirón a lo que hubiera en la oscuridad intentando llegar a mí.
Y entonces el rostro apareció flotando en las tinieblas, mirándome con ojos dorados, como los de un gato, pero terriblemente humanos… y despiadados.
Y por supuesto, digo “rostro” pese a que esa abominación simiesca y deforme que me contemplaba poco tenia de rostro en sí. Eran retazos de cosas podridas unidas a partes secas, la piel putrefacta tensa sobre un cráneo que no podía ser humano.
Ese ser tenía el rostro de las pesadillas, del sabor amargo en la boca al entrar en un cementerio por la noche, de lo que no tenia nombre y que repta por los rincones oscuros de la creación.
Y me estaba sonriendo, mostrándome hilera tras hilera de dientes podridos y filosos.
 Me miraba y sonreía, triunfante, porque sabía que me tenía, que no había escapatoria para mí.
Y de repente yo también lo supe, supe que no había chance de sobrevivir, me inundo la terrible certeza de que mis últimos minutos sobre la tierra habían llegado, que nunca volvería a ver a mis padres, que nunca volvería a ver el sol. Y junto con esa idea que estaba creciendo en mi cerebro, también comenzó a gestarse una paz como nunca había sentido antes.
Lo había aceptado. Ese monstruo era real, tan real como yo, o como la orina que amenazaba con escapar de mi vejiga. Pero me contuve y me repuse, y a medida que apretaba mis puños, todo temor de vació de mi corazón.
 Mire al monstruo y este se me quedo mirando por uno segundos, extrañado. Su sonrisa inhumana tembló y en sus ojos se deslizo la sombra de la duda.
Se recompuso al instante y rugió hacia mi, con una mezcla de siseo y bramido que habría matado del susto al hombre mas valiente.
Y sin embargo, esta nueva sensación, este nuevo vacío de alguna forma me protegía. Me hacia fuerte… y el ser lo sabía.
Finalmente se lanzo a la carrera dentro de la habitación. Su cuerpo, una mezcla de araña y gusano, agitaba sus múltiples y deformes brazos torpemente para alcanzarme, sus fauces abiertas, jadeando  y rociándome de saliva y un hedor aun mas putrefacto que el que ya llenaba el cuarto.
E incluso con diez años, sin haber conocido esa sensación con anterioridad, pude ver la desesperación que había anidado en el núcleo del ser. Me estaba atacando porque desafiaba su control sobre mí, porque me había repuesto al horror que el esperaba destilar de mi alma.
Yo era fuerte, y el…
El estaba mas asustado que yo.
Y eso fue el detonante. Me puse de pie con una velocidad que me resulto increíble, y mientras que con un brazo tomaba una de las garras que se aproximaban, con el otro arroje lejos mis cobijas, porque ya no las necesitaba, ya no requería de un escudo que me protegiera de la oscuridad.
Había llegado el momento de que la oscuridad se protegiera de mi.

El resto es confuso, apenas lo recuerdo.
Gritos.
Míos, llenos de furia y triunfo. Y del ser, lleno de confusión y miedo por primera vez en su vida.
Luego, silencio, y el sonido de los truenos que lentamente se comenzaron a escuchar, como si la habitación regresara paulatinamente a la casa en medio de la tormenta  en la que todo había comenzado.
Pero lo que mejor recuerdo, fue lo que vino después.
Y cada vez que lo evoco en mi mente, logra arrancarme una sonrisa… la mirada desorbitada de terror de mi padre y el grito espantoso y agudo de mi madre cuando cubierto de suciedad y mugre, con mi pijama destrozado y una corte en el mentón que aun hoy me acompaña en forma de cicatriz, arroje la cabeza del ser a sus pies en la cama y les dije:
“No se preocupen, pueden taparse hasta las orejas con su manta y rezar para que el cuco no los vea”.
Madre nunca dejo de gritar, los doctores no pudieron hacer mucho por ella. Unos meses mas tarde, su corazón simplemente dejo de latir, paralizado por el terror al negro abismo que se había abierto bajo sus pies y había devorado ese mundo bello, frágil y luminoso en el que  había vivido hasta esa noche.
Padre fue más fuerte, y aguanto hasta el primer aniversario de la muerte. Luego de colocar flores frescas en el pequeño florero junto al retrato de quien había sido su compañera durante 15 años, se recostó en su sillón favorito y se voló la tapa de los sesos con su escopeta de caza.
¿Y que fue del pobre de mi, se preguntara Ud., estimado lector?
Pues yo ya no vivía con ellos para entonces.
Verán, al día siguiente del incidente en mi cuarto, dos extraños personajes llamaron a la puerta de mi  hogar.
De alguna manera, se habían enterado de lo ocurrido y les ofrecieron  a mis padres darme una beca completa para mis estudios, a cambio de que cedieran mi tutela de forma permanente a la fundación benefactora.
Por demás felices  y aliviados de no tener que cargar con ese extraño muchacho de mirada fría e inquietante en el que se había convertido su hijo de diez años, en cuestión de días todo el papeleo estaba firmado y listo.
Y honestamente, yo también estaba feliz de marcharme.
La mañana que me fui, lloviznaba y hacia frío, Padre intento acompañarme gentilmente hasta el auto, pero yo le retire suavemente la mano de mi hombro y camine sin mirar atrás.
No se merecían mi lastima. Habían pagado el precio final por menospreciar la complejidad de lo que los rodeaba, habían elegido mirar un mundo brillante, lleno de ciencia, trabajos de oficina e infomerciales, en lugar de darse cuenta de que esa es solo la cubierta colorida y plastificada del libro escrito en piel humana y sangre donde se encuentra la historia del mundo.
Yo había mirado a los ojos a ese mundo oculto, había sobrevivido y ahora era libre. Tenía un conocimiento mas amplio de lo que me rodeaba y por eso, era mas fuerte.
Nunca mas volví a temerle a la oscuridad.
Salvo, claro está, durante las noches de tormenta. Porque en ese encuentro también aprendí, que el poder y la furia de los rayos y  truenos parecen debilitar los muros que mantienen separados nuestro mundo de los muchos otros que existen a nuestro alrededor.
Y siempre en la oscuridad hay ojos que codician nuestra carne y se alimentan de nuestras pesadillas, esperando la oportunidad de cruzar.
Ese fue mi primer encuentro con uno de los seres que viven en ese lugar al que aquí en la fundación llamamos Mundo Oculto.
Por supuesto no fue el único, pero esa, claro está, es otra historia.

                                                                                                              Julián Nievas.


                                                                                                              Buenos Aires, Casa Matriz de      la Orden de la Sagrada Trinidad, 24 de Junio de 2010.