miércoles, 16 de febrero de 2011

Tercera cronica.

Crónicas de Mundo Oculto: Verdadero amor

Justo cuando pensó que su noche no podía ser peor, comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia.
Había cometido un error, le había dado una oportunidad más a Darío, sabiendo que solo lo hacía porque era mucho  mas fácil que seguir adelante con su vida. Se había puesto su mejor vestido, había pagado casi cien pesos por un baño de crema para verse bien, incluso hasta se había convencido de que era buena idea salir nuevamente con el tipo que la había engañado prácticamente cada vez que parpadeaba.
Y el la había dejado plantada.
Los autos pasaban y con cada taxi su ilusión revivía por unos segundos. Luego la cruel realidad la devolvía a la solitaria y oscura calle de Avellaneda en la que estaba parada hacia mas de cuarenta y cinco minutos.
Su corazón era una tormenta de furia hacia el y de un inmenso desprecio por si misma. Había vuelto a caer en sus mentiras. Había creído nuevamente en esa mirada sincera fríamente ensayada, se había rendido una vez mas a ese rostro dulce, a esos labios tiernos, que le habían dicho lo que había querido escuchar. Se había olvidado por completo de los maltratos, de las mentiras y de cómo siempre al final todo  era culpa suya. Ella, que era demasiado  tonta o demasiado gorda o demasiado intensa, que lo “agobiaba” y lo mandaba a los brazos de otras mujeres mejores. Ella que tendría que estar agradecida simplemente por el hecho de que alguien como Darío la invitara a tomar un café.
Sintió vergüenza de si misma y el primer suspiro entrecortado y lleno de angustia subió por su garganta.
¿Cuántas veces había tirado su vida entera por la borda solo porque el chasqueaba los dedos? ¿Cuántas veces había alejado a sus amigos, atacándolos cuando ellos expresaban su preocupación?
Se sorprendió a si misma inventando excusas por las cuales no había llegado aun. Imaginando motivos por los cuales no atendía su celular ni respondía sus mensajes. Se sintió patética, incluso después de una hora de esperar  y de mas años de los que se animaba a contar soportando sus desplantes, aun esperaba un final feliz. Aun esperaba verlo aparecer corriendo debajo de la lluvia. Agitado y avergonzado por llegar tarde, con un ramo de flores un tanto maltrecho en la mano y promesas de amor eterno en los labios.
Sus lágrimas comenzaron a caer y el cielo negro y plomizo la imito, desgarrándose en lluvia. No había finales felices para ella. Eso ocurría en los libros, en las películas o en la vida de las demás personas. Ella se sentía completamente despojada de felicidad, y lo que mas la enfermaba era el hecho de que si ahora estaba parada bajo la lluvia sin dignidad, no era porque se la hubieran robado. Ella la había entregado en bandeja de plata toda su vida.
Todo lo que hacía lo hacía con la esperanza de ser amada. Todos los días se levantaba y se miraba al espejo viéndose fea y sabiendo que ningún hombre la amaría por lo que es.  ¿Quien tendría el coraje de amar a esa muchacha rellenita con cabello color miel, ojos oscuros y fanática de los libros de Stephanie Meyer?
Su madre se lo había dicho una infinidad de veces. “¿Te pensas que sos mejor que los demás porque tenes la nariz metida en un libro todo el día?” Y su preferido: “Vamos a ver quien te va a invitar a bailar a vos, si tanto te haces la fina con el vocabulario y con ese culo gordo que te juega en contra”
En algún momento de su vida había dejado de ser quien era solo para poder  ser amada. Había empezado a ser únicamente lo que los demás deseaban que fuera, buscando aceptación, afecto, aunque sea una palabra amable o de reconocimiento.
Un trueno resonó sobre su cabeza, como diciendo “Y todos sabemos cómo resulto eso también, ¿verdad Laura?”.
Seguía parada bajo la lluvia, y se estaba empapando. Se negaba a moverse de ese lugar porque una parte muy pequeña, desesperada y tiste de su alma le decía que si se marchaba, tal vez se perdería de verlo llegar.
Estaba tiritando, llorando e intentaba con una mano temblorosa cubrirse la cara para ocultar su vergüenza de las pocas personas que pasaban corriendo junto a ella. Finalmente la calle quedo por completo vacía y haciendo acopio de fuerzas emprendió la marcha.
Los relámpagos eran cada vez mas fuertes haciendo que por segundos todo estuviera completamente iluminado. No había ningún taxi a la vista y tampoco pasaba ningún colectivo. Camino hasta la avenida Mitre, esperando encontrar una remiseria dispuesta a llevarla a casa.
Por supuesto, no tuvo suerte. Su noche parecía mejorar a pasos agigantados.
Termino buscando refugio debajo del puente del Circuito Bullrich de Línea General Roca, sintiéndose mas sola y desesperada que nunca. Pensó en dejarse ir. Cerrar los ojos y tirarse abajo del primer auto que pasase. Pero ni en eso la suerte le sonreía. La calle estaba desierta, y sus únicos acompañantes eran la lluvia, el puente y la suciedad que la rodeaba.
Miro los edificios alrededor, las pequeñas ventanas iluminadas con luz cálida. Se imagino a las familias en cada departamento, tranquilas, compartiendo la cena o mirando la televisión. Incluso discutiendo, tener alguien con quien discutir era para ella también un lujo.
Finalmente toda la angustia y el dolor que durante años había acumulado en su corazón, la desbordaron por completo.
Lloraba como una criatura, se sentía incapaz de parar o controlarse. Se arrodillo y se cubrió el rostro con ambas manos, deseaba morir, que la tierra se la tragara, desaparecer.
Un relámpago cruzo el cielo y por un momento las cortinas de agua de lluvia que caían del puente se iluminaron como un millón de pequeños diamantes. Y luego el sonido del trueno se apodero del mundo.
Fue en ese momento cuando levanto la vista y vio al hombre.
O por lo menos eso parecía. Era alto y estaba en la vereda de enfrente. Usaba un abrigo largo, antiguo, pero elegante. Su rostro estaba cubierto por las sombras, pero Laura sabia que la miraba atentamente.
Había algo extraño en el. Algo muy difícil de poner en palabras pero sin ningún lugar a dudas, inquietante.
Intento secarse las lágrimas rápidamente y componerse un poco. Se dio cuenta de que estaba realmente sola, no en la vida, sino en esa calle, en ese preciso momento, con ese hombre extraño mirándola fijamente. Y había algo mas… algo que ella sabía que estaba mirando pero no podía notar que era, hasta que se le hizo un nudo en el estomago al descubrirlo.
El hombre estaba seco.
Otro relámpago y fue de día por un segundo. Salvo por el, que seguía envuelto en sombras como si fueran sus juguetonas compañeras.
Y luego el trueno llego, pero solo pudo sentir la vibración en todo su cuerpo y en el suelo. El sonido había desaparecido del mundo, salvo por el ruido del agua de lluvia cayendo y el de su respiración entrecortada. Todo parecía alejarse y cambiar. Hasta los propios colores de todo lo que le rodeaba parecían retraerse y ocultarse en otro lugar.
Pese a la opinión general, ella no era tonta. Había leído demasiados libros de terror como para saber que algo malo estaba por ocurrir, algo tan malo que…
El hombre comenzó a caminar en su dirección.
Su mente se lleno de información, leyendas urbanas, viejos cuentos de terror y fantasía que alimentaron su imaginación durante toda su vida.
El troll que vive bajo los puentes y rapta personas, o que escapa por las noches de su refugio para robar bebes sin bautizar y dejar en su lugar lo que antes llamaban “niños cambiados”. O el ser que aparecía algunas noches, con capucha negra y manos blancas…Pero eso era en el puente Pompeya, ¿verdad? O algo incluso sobre los puentes mismos… como no solo comunicaban un camino con otro, sino como aveces su arquitectura también abría caminos hacia otros lugares…O tal vez todo fuera parte de lo mismo.
El hombre en sombras estaba cada vez mas próximo y ella comenzó a retroceder hasta que sintió su espalda pegar contra la pared. Intento hablar, pero las palabras se atascaron en su garganta.
-Laura… Dijo el ser mientras sonreía. Sabía su nombre y eso la espanto más aun.
Se freno a medio metro de ella. Sus facciones parecían humanas pero al mismo tiempo no lo eran. Parecían una máscara siempre a punto de deslizarse y mostrar al monstruo que la utilizaba. Abrió sus brazos como quien recibe a una amiga hace mucho perdida.
-No voy a hacerte daño. Solo quiero darte lo que siempre te negaron.
Ella temblaba de pies a cabeza, por el frío, por la angustia y porque ese ser la estremecía como nada ni nadie lo había hecho antes. Finalmente junto fuerzas y pudo hablar.
-¿amor? Su voz apenas era un susurro.
-No solo amor. Contesto el ser mientras extendía mas aun sus brazos. -También familia.
Otro relámpago ilumino el lugar y Laura pudo ver a la familia a la que el hombre se refería.
Eran cientos, o tal vez miles. Gateaban y se retorcían sin cesar en la parte inferior del  puente, sobre sus cabezas. Eran pálidos, algunos grandes como adultos, otros tan solo niños. Estaban desnudos y Laura pudo ver como sus múltiples extremidades y ojos parecían que contorsionarse, formar un océano de carne deforme y profana.
-Mis niños, los que aquí ves y los que están por venir, necesitan una madre.
El hombre dio el paso final hacia ella y la tomo con sus delgados pero fuertes brazos. Laura  no se resistió. Estaba maravillada por el espectáculo de seres reptantes que ocurría en el techo.
-y yo, necesito una reina. Dijo finalmente el ser, casi susurrándoselo al oido.
Laura  paseo su mirada del hombre a los seres que se movían y retorcían en las alturas. Monstruos. Todos ellos sin ninguna duda.
Luego recordó el rostro de su padre, con la boca contorsionada por el asco y el alcohol, mientras la rebajaba frente a quien sea y donde sea. Vio el desdén y el desprecio en la mirada de su madre ante cada uno de los pocos y pequeños triunfos en su vida. Pero lo que la decidió fue ver el rostro de Darío, la forma dulce en la que sonreía cada vez que le mentía.
Había pasado toda su vida rodeada de monstruos y, a diferencia del que la tenía entre sus brazos en ese momento, ninguno antes le había ofrecido amor.
Se dio cuenta de que había dejado de llorar. Estaba sonriendo, y el ser  sonreía también. Las Sombras que danzaban alrededor del extraño comenzaron a  envolverla a ella también. Era como terciopelo viviente  y una sensación de calidez y seguridad ilumino su corazón.
Para el siguiente relámpago, el puente estaba vacío.
Y Laura, por primera vez, era realmente feliz.