viernes, 16 de septiembre de 2011

Quinta cronica

Crónicas de mundo oculto: Hacia atrás
Para Bu, que ya no me acompaña, pero siempre esta.

1

-Hoy soñé con él.
El sueño había sido extraño, había un teléfono que sonaba a lo lejos, y por supuesto, estaba el. Se había despertado angustiado, con las manos empapadas en sudor frío y un nudo en el estomago, sin saber exactamente por qué.
Su novia lo miro por sobre la revista de decoración de interiores que estaba leyendo. La mirada lo decía todo. No quería hablar de eso, de hecho, no guardaba ni siquiera el menor interés en escuchar el nombre de sujeto en cuestión.
El se quedo en silencio, esperando algún tipo de respuesta de su parte. Por supuesto, no la hubo.
Ella consideraba que desde que había cortado relación con su mejor amigo, su noviazgo había cambiado para mejor. Sin su amigo “Ese que aun piensa que estas soltero”, como solía llamarlo ella, sus vidas habían progresado en la dirección correcta.
Le sirvió un mate mas, con la esperanza de que al bajar la infranqueable barrera de la revista pudiera abordar mejor el tema.
-¿Me escuchaste?
-Sí, pero no me interesa. Respondió ella con una sonrisa helada.
Pudo ver por un instante lo que había detrás de esa cortina de belleza y mirada dulce, vio el corazón de esa mujer como lo que en realidad era, una enredadera espinosa y sofocante, un ancla que lo mantenía fijo a su… ¿felicidad?
Ahora tenía el trabajo respetable, la casa con el jardín y la cerca blanca, la cena con sus nuevos amigos, todos los viernes a las diez sin falta. Tenía la mujer bella y de sonrisa angelical, tenía todo lo que podía pedir…
Pero… ¿Feliz? Eso era algo que él no consideraba parte de la ecuación de su vida. Tal vez pudiera sentirse satisfecho, o cómodo, y sabía que era afortunado de muchas maneras.
Pero definitivamente “feliz” no era la palabra con la que se describiría.
Regularmente no pensaba en tales cuestiones, viviendo en la ignorancia de la rutina y dejando pasar los días uno tras otro moviéndose en la inercia de cómo era su vida hoy en día. Sin pensar, sin sentir, sin cuestionar el status quo.
Pero a veces su cabeza le jugaba una mala pasada y evocaba a su antiguo compañero de aventuras… Y todo le parecía demasiado artificial, erróneo.
Germán. Ese era su nombre, del que había sido como su hermano y  el lo había abandonado. Lo había cambiado por esa vida que tenia ahora, por poder estar tomando mate en una cocina demasiado limpia y blanca, con una mujer que pensaba que el  amor es control y lujo. Trabajando de saco y corbata ocho horas por día, cinco días a la semana, para mantener los gastos de su adorada pareja y ese confortable mundo en el que ahora vivía.
-¿Estará bien?
 Finalmente se animo a hacer la pregunta que lo atormentaba desde que lo había sentado en esa misma cocina tres años atrás y le había explicado los motivos por los cuales no podían seguir siendo amigos.
Ella soltó una carcajada seca llena de desprecio, cerro la revista con un grácil movimiento de muñeca y lo miro con una ceja arqueada.
Como la aborreció  en ese momento.
-Probablemente esté muerto teniendo en cuenta su estilo de vida.
Su tono de voz fue tan jovial como el trinar de un gorrión en primavera. Ella realmente esperaba que así fuera.
Karla se levanto de su lugar, le dio un beso en la mejilla y el reunió hasta la última onza de voluntad que le quedaba en el cuerpo para no correrle la cara.
-Por suerte conociste a la mujer de tu vida, cielo, y te evitaste terminar igual que el.
Ella salió de la cocina y pocos minutos después escucho el ruido de la ducha. El siguió sentado en silencio, pensando que todo estaba mal, que nada de lo que tenía o lo rodeaba era lo correcto.
Una solitaria lágrima rodó por su mejilla.
-Enzo.
Alguien lo había llamado. Pero por supuesto no podía ser nada mas que el producto de su imaginación. Porque estaba solo en la cocina.
Pero principalmente, porque era la voz de Germán la que había escuchado.


2

Cuando Germán pensaba en Enzo, y muy a su pesar lo hacía varias veces por día, no podía dejar de sentir una punzada de tristeza. Al fin y al cabo ese cabeza dura de anteojos de nerd y sonrisa tímida había sido el mejor amigo que había tenido en su vida.
Su relación nunca había sido lo que los demás llamarían “fácil”, pero ¿Qué relación que valiera la pena lo era?
Pese a lo realmente incomodo de su situación actual, (se estaba desangrando sobre una alfombra barata en un hotelucho de mala muerte) recordó esa mañana de sábado en que lo vio por primera vez.
Cuando se conocieron, jamás imagino que sería uno de esos encuentros que marcan una antes y un después en la vida. De hecho lo primero que pensó al verlo fue: “pero que tipo tan extraño”
Estaba sentado debajo del enorme ombú en plaza San Martin leyendo un comic de… ¿Batman? O alguna de esas cosas que le gustaban tanto leer, la Liga de la Justicia, tal vez. Las palomas se le arrimaban y lo miraban extrañadas. Tenía una mirada ausente, como si mas que leyendo, estuviera viviendo lo que leía.
Germán no pudo evitar sonreír frente a esa imagen.
Se lo imagino preparándose en su casa, eligiendo la camisa negra adecuada, que combinara con el pantalón negro adecuado, que hiciera juego, por supuesto, con su mochila negra llena pines de manga y anime. Y preparándose para el gran evento de la semana: Ir a la comiquería a buscar su suscripción semanal de ñoñadas.
El venia de un lugar un tanto menos inocente que una tienda de comics. Si ser un homosexual promiscuo fuera una disciplina olímpica, Germán sin dudas y pese a sus (por esa época) tiernos dieciséis años, ya hubiera sido doble medallista de oro.
Lo cierto era que para él, el amor era un concepto extraño, como mínimo un tanto tonto. El sexo por otro lado, era su realidad, el lienzo en donde el pintaba sus obras maestras. Ahí el era el dueño y señor de sus sentidos, el maestro de la osadía y el rey del placer y la falsa inocencia. El amor para el suponía dar un fin a su reinado, cortar esa alas con las que salía a volar todas las noches… ¿Por qué alguien habría de renunciar a esa libertad, a ese poder, solo para quedarse aburrido en casa?
No lo entendía.
Enzo levanto la mirada del comic que leía y se lo quedo mirando con cara de pocos amigos. Germán no había caído en cuenta que hacía más de cinco minutos que lo miraba fijo y ahora ya lo habían descubierto. No tenía opción, salvo la mas osada. Se encamino derecho hacia el y pudo notar como el temor se dibujaba de forma fugaz en los ojos estudiosos de ese curioso muchacho.
Preparo su mejor cara de póker y su voz mas seductora. El juego comenzaba una vez mas y la adrenalina de la caza le galopaba por el cuerpo.
-¿Tenes fuego?
Y al hacer la pregunta le regalo una de sus  mejores sonrisas, para que hiciera contraste con su cara seria anterior y lo deslumbrara por completo.
-No fumo. No quiero morir tosiendo pedazos negros de mis pulmones.
La respuesta fue tajante e inesperada por lo gélida. Germán se quedo de una pieza. Las palomas arrullaron junto a el como si se estuvieran burlando.  Pero rendirse no era algo que el hiciera, simplemente no era parte de su naturaleza.
Su honor estaba en juego.
Y además, las palomas estaban mirando.

Los dos reconocerían al recordar ese momento, que fue un misterio como ocurrió, pero media hora mas tarde estaban sentados bajo el enorme ombú charlando como amigos de toda la vida.
Cuando Germán le conto a Enzo que le gustaban los hombres, espero una respuesta llena de temor o desprecio. Sin embargo lo único que obtuvo como respuesta fue que su nuevo amigo se encogiera de hombros y se acomodara los lentes con el dedo índice.
Había algo en Enzo que Germán encontraba completamente irresistible y que al mismo tiempo lo confundía, no era algo sexual y tampoco era enamoramiento…era como si estar al lado de Enzo fuera… lo correcto.
Y pese a que nunca en su vida se había caracterizado por hacer lo correcto, Germán decidió que tenía ganas de hacer algo que nunca antes había hecho con un muchacho que no le diera ni la hora.
Germán se quedo.


3

Enzo manejaba hacia el trabajo en su Audi mientras pensaba que el auto lujoso también había sido uno de los pagos que había recibido a cambio de su alma.
Se sentía realmente miserable y se odiaba a si mismo por tener la suficiente conciencia como para notar los barrotes de su maravillosa, lujosa y cómoda jaula.
¿Por que no podía ser como todos los demás?
Rió amargamente. Nunca en su vida había deseado o intentado ser normal y sin embargo ahora lo deseaba con todo su corazón.
Vino a su memoria la época en la que sentía que tenía un propósito superior, un destino maravilloso que lo aguardaba. Recordó el incidente de la escalera en la casa de su vecina y compañera de juegos de la infancia, Sonia “la gorda”, como la llamaban en el barrio.
Y también recordó la noche que estaba tan borracho que finalmente se animo a contárselo a alguien.
Fue una noche de otoño cuando salían de un Pub con Germán completamente borrachos e intentando disimularlo sin el menor éxito. Habían salido antes de que los echaran. Germán se había encontrado con un ex en la barra y habían armado una escena. Al parecer no habían terminado en buenos términos. Y si a Enzo no le fallaba la memoria, este ex en particular había sido uno especialmente violento, lo cual para el largo historial de su amigo era incluso decir demasiado. Intento recordar el nombre, pero no pudo. Era realmente difícil seguirle el rastro a todas las relaciones que llevaba su amigo, particularmente porque a veces tenía hasta tres en simultáneo.
Luego de zigzaguear  por varias cuadras cantando canciones y riéndose sin motivo, decidieron sentarse en un banco de plaza para mirar como amanecía  y continuar debatiendo sobre cosas tan importantes como si era realmente necesaria una tercera parte de “La historia sin fin”.
Una paloma paso volando cerca de ellos y algo en su cabeza relaciono el sonido del batir de esas alas grises con lo que le había ocurrido en su infancia y antes de darse cuenta lo dijo.
-Una vez vi un ángel.
Germán estallo en carcajadas hasta que se dio cuenta de que no había nada de que reírse.
-¿En serio?
La historia simplemente se deslizo de su boca con una facilidad que le sorprendió y que al mismo tiempo le confirmo que hacía mucho tiempo estaba esperando poder contarla.
Le contó entonces sobre su amiga de la infancia, “Sonia la gorda”, una muchachita pelirroja de cara pecosa y redonda con ojos demasiado juntos, con la que solía jugar todas las tardes después del colegio.
Era una de esas tardes de verano que parecen suspendidas en el tiempo, esas en donde el viento no se mueve y el sol parece no querer ponerse, extendiendo su reinado hacia la eternidad.
Tenía siete años y estaba loco por Star Wars, y a eso jugaba en el patio de su amiga, El era una versión morocha de Luke Skywalker y Sonia era una versión bastante mas rechoncha de la princesa Leia.
Utilizaban el hueco debajo de la escalera de material que daba a la terraza como “la nave” en la que viajaban de un planeta a otro luchando contra el malvado imperio. Recordó la fresca humedad de su “nave” en contraste con el sofocante calor que hacía en el exterior. Solo se sentaban y su imaginación hacia el resto. Había botones, palancas y por supuesto el espacio lleno de planetas y aventuras que los esperaban.
Enzo no lo había notado, pero el día anterior habían agregado una baranda hecha en ladrillos a la vieja escalera.  La madre de su amiga, Doña Susana, subía y bajaba con la ropa en un canasto, aprovechando el inclemente sol de esa tarde.
Tal vez fue por el sol, que la había mareado un poco, o tal vez por pura torpeza, lo importante es que trastabilló al llegar al final de la escalera.
 Doña Susana se apoyo en la baranda sin recordar que el material estaba fresco. La baranda completa cedió  y la estructura comenzó a caer hacia el patio. Horrorizada solo alcanzo a gritar el primer nombre que le vino a la mente.
-¡Enzo!
Y Enzo, que estaba debajo de la escalera y por lo tanto, fuera de peligro, salió a ver por que lo llamaban.
Ocurrió en un segundo. Los pesados ladrillos llovieron sobre el a una velocidad mortal y al mismo tiempo la luz del mismo sol pareció descender y envolverlo. Se sintió protegido y en paz, rodeado por unas enormes alas doradas que podía ver y al mismo tiempo eran invisibles. Algo o alguien lo abrazo muy fuerte y le susurro al oído:
“Aun no.”
Y así como había llegado, se retiro, dejándolo solo en el patio rodeado de afilados pedazos de pared y fragmentos de ladrillo a su alrededor, pero intacto, sin siquiera un rasguño y sonriendo.
Mas tarde, tanto Sonia como su madre dirían asombradas que no tenían idea de cómo no se había lastimado o muerto debido al accidente. No recordaban el momento exacto en que los ladrillos caían sobre Enzo, en la memoria de las dos, era un momento borroso. Pero Enzo lo recordaba muy bien.
Nunca se había sentido mas feliz y seguro que en el momento en que esa misteriosa entidad lo protegió.
Germán lo escuchaba atentamente, sus ojos avellana brillaban y se hacían mas claros a medida que los primeros rayos del sol jugueteaban en su rostro.
Enzo le siguió contando sobre la extraña sensación que lo acompañaba desde ese momento, se sentía observado por ojos benevolentes e incluso en momentos difíciles de su vida, podía sentir como una mano cálida y luminosa se posaba sobre su hombro llevándose todo su pesar.
Quiso contarle más, quiso decirle que cuando estaban juntos se sentía de la misma manera. Sentía que nada podía salir mal, se sentía protegido e invulnerable, capaz de lograr cualquier cosa. Que desde el momento en que lo había conocido ya no sentía pesar. Que podía ver por debajo de su conducta independiente y  autodestructivas a su corazón noble y lleno de amor. Y que cada vez que lo miraba a los ojos, estaba lleno de esa maravillosa luz cálida y celestial que vio por primera vez esa tarde de verano.
Pero ya había dicho demasiado, asique prefirió guardar silencio.
Y así permanecieron, callados hasta que el sol termino de salir. El pie de Enzo repiqueteaba ansiosamente esperando alguna reacción o respuesta por parte de su amigo.
Germán saco un Philip Morris y lo encendió. Le dio una calada profunda y exhalo el humo, mirando los dibujos que se formaban en el frío aire de la mañana.
-Te creo. Dijo finalmente con una sonrisa.
-¿Aunque suene como un lunático?
-Siempre vas a ser mi “Enzo Lunático”. Respondió Germán al mismo tiempo que le desordenaba el pelo y reía.
Un bocinazo lo arranco de la tierra de los recuerdos y lo deposito nuevamente detrás del volante rumbo al trabajo. Un taxista paso junto a su ventanilla, lo mando a la mierda por quedarse pasmado teniendo luz verde y siguió su viaje.
Enzo sintió como los pelos de la nuca se le erizaban e instintivamente miro hacia atrás por su espejo retrovisor.
Y ahí estaba Germán, sonriendo, devolviéndole la mirada.
“Hola, Enzo lunático”.
Sintió una punzada a la altura de la boca del estomago, fuerte, extremadamente dolorosa. Miro hacia abajo y se vio empapado en sangre, la camisa pegada al cuerpo, húmeda y teñida de un carmesí brillante. La sangre se derramaba amontones, chorreaba por el asiento y cubría las alfombrillas de goma.
Grito espantado, confundido, temiendo por su cordura.
Un segundo mas tarde, la sangre, el dolor y su amigo habían desaparecido. Ya no había rastro de esa terrible visión. Solo era un hombrecito muy cansado en camino a un trabajo que odiaba y en donde sabía que no era apreciado.
Ya no había luz celestial en su vida. Ya no se sentía observado por algo benevolente que acudía a él en sus peores momentos y lo rescataba del dolor. Y se dio cuenta que hacía años que había perdido contacto con esa parte de el que a su vez, hacia contacto con algo más.
Se estaciono en el primer lugar que encontró disponible y rompió a llorar. Apoyo su cabeza sobre el volante y lloro desconsoladamente como nunca lo había hecho en su vida. Su pecho se sacudía violentamente mientras intentaba respirar a través de sus lágrimas, mocos y angustia.
Se sentía miserable, perdido y solo. Como si todo lo que alguna vez le hubiera dado felicidad o elevado su espíritu le hubiera sido arrancado, dejando no un hombre, sino un fantasma descarnado y vacío, vagando en una existencia carente de todo sentido y emoción.
Al cabo de unos momentos, cuando se sintió un poco mas repuesto y dueño de si mismo, llamo a su trabajo desde su celular para avisar que no asistiría.
La voz gélida de su jefa le indico que no estaba feliz con la noticia. Se la imagino sentada en su despacho, seguramente con uno de esos vestidos sueltos con un cinturón ancho que la fajaba a la mitad para disimular, sin éxito, sus kilos de mas y con sus labios llenos de resentimiento y hostilidad apretados hasta convertirse en una delgada línea recta.
Aliviado al notar que realmente le importaba muy poco lo que esa bruja pensara, corto la llamada justo cuando escucho que la maldita estaba tomando aire para comenzar con una ráfaga de reproches y comentarios que solo ella encontraría ocurrentes.
Segundos mas tarde su celular comenzó a vibrar. Su jefa al parecer no tenía intención de que la dejaran con las palabras colgando de la boca.
Cuando apago el celular sin tomar la llamada fue como si algo se desconectara dentro de él también. En su cabeza hubo silencio, algo que no ocurría desde hacía mucho tiempo.
Bajo la ventanilla y el viento fresco le pego en el rostro y fue como volver a respirar después de mucho tiempo de tener aguantada la respiración.
Sonrió y se sintió liviano y decidió que no podía seguir viviendo así.
Haría cambios, pero primero, tenía algo que hacer.


4

Germán intento levantarse de la alfombra en la que estaba tirado, pero no pudo sentir sus piernas. Incluso la desagradable sensación pegajosa de la sangre ya coagulando entre la ropa y su piel se le hacía lejana.
Solo sentía frío y el sordo dolor que le producía el cuchillo de cocina que tenia enterrado en el estomago hasta el mango. El sabor cobrizo y dulzón de su propia sangre inundaba su paladar.
Se imagino a la policía tirando la puerta abajo días mas tarde, seguramente alertada por algún alma caritativa de olfato inquisitivo, para encontrarlo muerto sobre una alfombra gastada y de color indefinido, con una remera de Mickey Mouse, bermudas viejas y con medias de toalla.
-Dios, no permitas que acabe así. Alcanzo a murmurar entre débiles silbidos que escapaban de sus labios.
Pero se lo habían advertido, de eso no quedaba ninguna duda.
Recordó la primera vez que lo habían asaltado y golpeado. Salía de un boliche de mala muerte y en una esquina estaba estacionado un auto negro, lustroso y de aspecto importado. Germán no entendían nada de autos, pero entendía que generalmente un auto lujoso viene acompañado de un dueño acaudalado. Asique se subió a la primera señal que le hicieron.
Pero resulto que el dueño del auto no solo tenía mucho dinero, sino también mucha cocaína en su nariz y una lista de exigencias sexuales que el no estaba interesado en cumplir. Si había algo que le gustaba mas que entrar en la cama con cualquiera, era el hecho de mandar entre las sabanas. Era su reino y el no entregaba su corona a nadie.
Asique termino con un ojo morado, sin plata y vagando por las calles de Buenos Aires antes de que pudiera decir “generalmente soy activo”.
Pudo haber ido a su casa, o a una sala de guardia para que le atendieran su ojo, pero prefirió ir a la casa de su amigo.
Al fin y al cabo el lo había dejado solo para poder pasar una velada con esa fulana con la que se estaba viendo ahora. Esa que lo miraba de costado y con asco, como si fuera un mendigo que fuera a infectar todo lo que tocara con alguna sucia enfermedad.
No podía entender como Enzo podía estar enamorado de Karla. Era fría, manipuladora y solo le interesaba el sobresalir, el estatus social y todas esas cosas.
Si eso era el amor, prefería el inflamado ojo morado que tenía en ese momento.
Además, Germán sabía que el problema con Karla era que no había podido ahuyentarla como a las demás. La desgraciada en cuestión había llegado para quedare y le había robado a su compañero de aventuras. Hacía meses que apenas salían un fin de semana de cada tres y los días que separaban los encuentros en los que se reunían a tomar algo y charlar se habían espaciado considerablemente. Y en la ausencia de su amigo, algo oscuro comenzó a ganar terreno en su interior. Compensaba la falta de Enzo saliendo cada vez mas. Haciendo cosas cada vez mas riesgosas.
Honestamente Germán extrañaba a su amigo, a menudo bromeaba diciendo que era la relación con un hombre en la que más había durado y sabía que era realmente cruel de su parte manipularlo con culpa apareciendo en su casa, lastimado e insinuando que eso tal vez no hubiera pasado si no lo hubieran dejado solo.
Pero luego recordó la mirada cargada de rechazo de Karla, y supo que eso era exactamente lo que tenía que hacer si quería recuperar a su mejor amigo.
Fue esa mañana cuando cambio todo.
Enzo abrió la puerta somnoliento y sus ojos se fueron abriendo llenos de espanto al ver lo que tenía delante.
-Hola Enzo lunático.
Alarmado, Enzo lo invito a entrar y minutos mas tarde la pava estaba en el fuego y había un repasador con hielo sobre el ojo de Germán.
Luego de haberle contado todo lo que había pasado, los dos permanecieron en silencio.
-¿Por qué te haces esto? Finalmente pregunto Enzo.
-¿Hacer que cosa? Repregunto el, sabiendo exactamente a que se refería.
-No tenes que salir todas las noches, no tenes que regalarte a cualquiera y ciertamente no tenes porque seguir haciendo la vida que haces.
Germán no se esperaba tanta sinceridad brutal por parte de su amigo, con el paso de los años se había convertido en  un tipo de lo mas diplomático. De repente se sintió enojado, no le gustaba lo que estaba pasando. Su intención era que su amigo volviera a acompañarlo y ahora en lugar de eso se sentía juzgado.
-¿Qué se supone que tengo que hacer entonces? Replico con una dureza que lo sorprendió.- ¿Conseguir a alguien con quien jugar a la casita como haces vos?
Enzo se enderezo en su silla, como si le hubieran dado una bofetada.
-Eso fue innecesario.
Pero la represa ya se había roto y Germán estaba muy lejos de cerrar la boca y dejarlo pasar.
-¡Es completamente necesario! Grito al mismo tiempo que arrojo el hielo dentro de la pileta de la cocina.
-¿Eso es lo que tengo que hacer? ¿Dejar de lado a mis amigos, a la gente que me quiere para conseguir un tipo y sentar cabeza? Estallo en carcajadas por lo ridículo de la idea.
Enzo lo miro de arriba abajo con los ojos llenos de algo que Germán nunca había visto en la mirada de su amigo: Lastima.
-Sos un ser humano excepcional. Dijo finalmente Enzo. –Tenes un corazón enorme, lleno de amor, y sos un cabeza dura.
Germán lo miro con cara de escepticismo y cruzo los brazos sobre el pecho. Su amigo no se dejo intimidar por el gesto de rechazo y continúo hablando.
-Durante todos estos años de amistad, nunca conocí a una persona mas noble, tierna y amable que vos.
Y era verdad. Cuando sus padres murieron, Germán estuvo a su lado. Cuando obtuvo su título universitario, Germán fue el primero en abrazarlo al salir. Siempre se había sentido acompañado por el, incluso cuando no estaba presente solo rememorar alguna de sus andanzas lo hacía sentir mejor. Enzo conocía al verdadero Germán, no al príncipe malcriado del ambiente y la noche que tanto le gustaba aparentar ser. Sino al hombre sensible y sencillo que en realidad era.
Los ojos de Germán comenzaron a lagrimear. Odiaba en ese momento a Enzo con toda su alma. Era como si hubiera encontrado una ventana secreta y pudiera ver dentro de su corazón. Ante su amigo, Germán siempre se sentía vulnerable, mas desnudo que frente a ningún otro hombre en su vida.
-Eso lo ves vos nomas. Fue lo único que atino a responder.
-Vos también lo ves.
Enzo se levanto, puso un mate delante de él y comenzó a juntar el hielo que había quedado desparramado en la mesada. Armo nuevamente la compresa y se la dio a su amigo, que ya estaba tomando su infusión. Germán lo observaba mientras acomodaba el hielo dentro del repasador. Enzo ponía cariño en todo lo que hacía, incluso en las tareas mas banales. Pensó en lo mucho que amaba  a su amigo y en que se quedaría durante horas viéndolo hacer hasta la cosa mas sencilla. Como la primera vez que lo había encontrado, leyendo un comic hacia tantos años ya.
-Algún día un buen pibe lo va a ver también y creo de todo corazón que vas a ser muy feliz.
Germán permaneció en silencio mientras terminaba el mate. La luz fría de la mañana se colaba por el ventanal mientras los primeros pájaros comenzaban a cantar. El sonido del tráfico se hacía mas intenso. Afuera, Buenos Aires despertaba.
-Vos sos un buen pibe. Finalmente respondió.-y cuando estamos juntos soy muy feliz.
Enzo lo miro sorprendido, pero solo por unos segundos. Luego su cara se lleno de seriedad y sombras.
-Pero yo estoy con Karla.
-¡Entonces yo puedo estar con quien quiera! Respondió mientras se levantaba y dirigía hacia la puerta, sabiendo que se estaba comportando como un imbécil celoso y avergonzado de si mismo.
 Enzo intento detenerlo, pero Germán lo empujo con fuerza y termino golpeando la mesa, volcando la pava con agua hirviendo.
Grito lleno de dolor y se llevo la mano a la muñeca. Una salpicadura le había hecho una quemadura importante. Germán, arrepentido intento ayudarlo, pero Enzo no se lo permitió.
Con los dientes apretados por el dolor de la herida y también por la rabia que sentía, Enzo solo le dijo una palabra.
- Andate.
Y así fue como Germán termino por segunda vez vagando por la calle, con la frase que le había soltado su amigo antes de cerrar la puerta  revotando en su cabeza.
“Cuando termines muerto en algún antro de mala muerte o en la cama de un hospital, no digas que nadie te lo advirtió, que nadie intento ayudarte”.
Como lo odiaba cuando tenía razón…
Sintió un espasmo en la columna y tosió sangre, manchándose la cara y el dolor relampagueo con mas fuerza en todo su cuerpo.
Se estaba muriendo, ya no había duda de eso. Pero no podía irse de este mundo de esa manera, con tantas cosas pendientes, con tantas palabras sin decir y cosas sin hacer.
Le vino la certeza de que eso era lo que pensaba casi todo el mundo antes de morir y comenzó a llorar. No podía terminar así.
Intento pararse una vez mas.
Un último esfuerzo, luego, el olvido.


5

Enzo estaba sentado bajo el enorme ombú de plaza San Martín.
Miraba hacia el arenero, donde unos niños jugaban e intentaban armar un castillo con unos moldes de colores bajo la atenta mirada de su madre.
Pensó en que algún día el seria padre también, pero nunca traería a sus hijos a esa plaza. Los años no habían sido gentiles con las estructuras y al parecer ya no la limpiaban tanto como solían hacerlo años atrás. Ahora se veía sucia, gastada y francamente deprimente.
Había intentado contactar con Germán de diferentes maneras. Su antiguo número telefónico ya no estaba disponible. Lo mismo ocurría con su teléfono celular. Cuando había intentado llamar a su madre, ella simplemente colgó al escuchar su nombre.
Se arremango  y se desabrocho el cuello de la camisa. Comenzaba a hacer calor. Se miro el brazo. La marca que le había quedado de la quemadura que se había hecho esa mañana, tanto tiempo atrás. Una perfecta media luna oscura cruzaba de un lado al otro  de su muñeca.
“La media luna de Enzo lunático” y al pensar eso los ojos se le llenaron de lagrimas nuevamente.
Todo se había ido al diablo después de esa mañana. Enzo había intentado contactar nuevamente con Germán, pero él no respondía. Simplemente se había internado mas y mas en su espiral de salidas nocturnas, vicios y malas compañías hasta desaparecer del mapa.
Las veces que lo había vuelto a encontrar, apenas pudo reconocerlo. Ya no quedaba nada de esa persona que había sido su hermano. Las drogas, la noche y las enfermedades lo habían cambiado, lo habían tornado en un ser oscuro, demandante y dañino. La luz que brillaba en esos ojos avellana se había apagado. La ventana al alma de su amigo estaba cerrada.
Enzo era consciente de que Germán estaba matándose frente a sus ojos y que lo quería de espectador, en primera fila. Era su manera de castigarlo, o de pedirle ayuda, o tal vez de las dos cosas.
Las pocas veces que había intentado ayudarlo nuevamente, había sido rechazado, o simplemente Germán le mentía, y luego de recitar falsas promesas, desaparecía nuevamente.
Su amigo parecía haberse perdido en el laberinto de sus propias decisiones y el se sentía incapaz de ayudarlo.
Y llegado a un punto tener que verlo así se le torno demasiado doloroso y decidió simplemente dejar de intentar.
Fue así de sencillo y así de difícil.
Y no había pasado ni un solo día de su vida sin despreciarse profundamente por haberlo hecho.
Estaba llorando otra vez. Estaba seguro de que algo estaba ocurriendo con su amigo, algo malo y que el seguía sin poder hacer nada para solucionarlo.
Uno de los niños que jugaba a construir castillos en la arena le contó algo al oído a su compañero y los dos miraron hacia él y rieron.
El viento cambio de dirección y le trajo un fuerte olor a orina de gato que salía del arenero.
El estomago se le revolvió y decidió que lo mejor sería ir a casa. Karla tenía su “reunión semanal de chicas”, donde Enzo suponía que se juntaban a hablar estupideces y a tomar tragos como en una mala versión de “Sex and the city”. Asique podría disfrutar de un poco de tranquilidad y tal vez, podría descansar un poco.


6

Del diario de Enzo Gutiérrez. (Fragmento)
Hubiera preferido que me dieran una patada en los huevos. Pero ahí estaba, sentado en mi cocina, donde tiempo atrás le habíamos dado por terminada de forma abrupta nuestra amistad.
Y sonreía.
El maldito sonreía y de repente todo fue como en los viejos tiempos. Todo era nuevo y maravilloso, una aventura a punto de comenzar tras otra. Hasta la luz parecía distinta, difusa, cálida y agradable. Esa sonrisa que podía convencerme de que el mundo no tenía límites y que era una bestia  salvaje que habíamos domado y yacía a nuestros pies.
Por supuesto el leyó todo esto en mi cara de idiota sorprendido y sonrió aun mas.
A veces podía ser un desgraciado.
-¿Como carajo entraste a casa?
Y por supuesto lo dije con el tono de voz mas serio e indignado posible, pero los dos sabíamos que en realidad solamente quería preguntarle como estaba, por donde había estado, que cosas había hecho.
Y por supuesto y mas que nada, quería decirle lo mucho que lo había extrañando.
-Tengo mis maneras… Respondió y movió su mano en forma circular como restándole importancia al hecho de haber irrumpido en mi hogar.
Lo disimulaba mejor que yo, pero el también estaba emocionado, sus grandes ojos marrones brillaban delatándolo.
Y al fin y al cabo el que se había metido en mi cocina para verme era él, ¿no?
Tenía el mate preparado, pero no había tomado ninguno. Dios sabe cuánto tiempo habría estado esperando que llegara de trabajar con todo listo sobre la mesa.
-¿Te acordas cuando nos conocimos?
Por supuesto que me acordaba, pero no tenía ganas de hablar de eso, tenía ganas de recordar  las veces que lo había llevado al hospital con sobredosis, las veces que lo había encontrado tirado en la cama completamente pasado, con diez kilos menos,  y con días sin comer. Las veces que había prometido ir a recuperarse y luego había desaparecido para reaparecer meses mas tarde en un estado mas lamentable aun. Las veces que lo había acompañado a hacerse el test para ver si esta vez tenía HIV o simplemente una enfermedad venérea mas para su frondosa colección. Y sobre todo las veces que le había creído todas y cada una de las mentiras que le había dicho para defender su adicción a morir, o a no vivir.
Quería aferrarme a eso mas que a nada, porque era la única defensa que tenia para no caer en su influencia nuevamente. Porque él era débil ante sus vicios y yo era débil ante él. Y así había sido nuestra relación durante años hasta que un día me había mirado al espejo y descubrí que ya estaba demasiado viejo, demasiado cansado y demasiado asqueado conmigo mismo para seguir viviendo de esa manera.
O por lo menos así lo había pensado en ese momento.
-Si viniste a charlar de los “viejos tiempos” Germán, me temo que viniste al pedo.
El me estudia por uno o dos segundos, sus ojos se mueven veloces, buscando algún gesto, alguna señal corporal que pueda utilizar en su beneficio.
“los adictos son mentirosos y manipuladores”  Me susurra el lado pensante de mi cerebro.
Pero lo que hago es abrazarlo, y lo abrazo tan fuerte que escucho como le cruje la espalda mientras lo levanto en el aire.
Lo miro de arriba abajo y lo veo bien y luego una luz roja se enciende en mi cabeza y de nuevo la parte pensante de mi cerebro me comienza a susurrar cosas, como que está demasiado bien, demasiado tranquilo y demasiado sano.
Doy un paso hacia atrás y el me mira callado pero sonriente. Tiene puesta la remera de Mickey que le había regalado para uno de sus cumpleaños y tiene un pequeño tajo a la altura del estomago. Me da un escalofrío al mirarla.
-No pierdas tiempo en los detalles, Enzo lunático.
Se sienta de nuevo en la mesa y me da un mate y pese a que la pava y el agua no dan señales de estar calientes, sorprendentemente el mate si lo está.
-Vengo a decirte que no te culpes.
Y cuando lo escucho se me cae una lágrima y me doy cuenta de lo que ocurre. Ante mi está pasando algo horrible y al mismo tiempo maravilloso.
-vengo a decirte que tenias razón, que cuanto más te esforzabas en ayudarme, yo más me esforzaba en ir hacia atrás. Porque era la única manera de poder tenerte conmigo.
Y ahora también el esta llorando y su mirada esta llena de compasión y ternura.
Intento decir algo, pero el me hace un gesto que parece indicar que la conversación no va a durar mucho mas.
-Ir hacia adelante nunca fue una opción para mi. Tener una vida normal, una familia, un hogar es algo que siempre supe que se me estaba negado.
Estira la mano y toma la mía. Esta cálida y siento como ese calor sube por mi brazo hasta mi pecho. Me invade un  vértigo pero al mismo tiempo me siento bien. Me siento afortunado por la oportunidad que estoy teniendo.
-Y es algo que también esta negado para vos, Enzo lunático, pero por otros motivos. Me suelta lentamente la mano, pero el calor se queda en mi pecho.
-Sos parte de algo muy especial, siempre lo supe. Y para que puedas salvar a los demás tenes que entender que no podes salvarme a mi.
Cuando le pregunto de que mierda me está hablando, me responde con una de sus caras de “yo se algo que vos no” y me dan ganas de putearlo.
Se levanta de la silla y yo lo agarro del brazo, no quiero perderlo de nuevo, parecía que toda la vida me la había pasado perdiéndolo.
Cuando le pregunto a donde va, simplemente me abraza y con la mejor cara de desfachatado me dice:
-Adonde mas, salvo hacia atrás. Se encoje de hombros y me regala su mejor sonrisa.
-Hay un chiquito muy ñoño al que amo, que tengo que abrazar muy fuerte, protegerlo de unos ladrillos y decirle al oído que aun no le toca. Que tiene mucho por hacer.
En ese momento suena el teléfono y el corazón se me hiela. Solo miro un instante en dirección al aparato y cuando vuelvo a mirar, mi amigo ya no está.
Estoy solo parado en la cocina, con un mate frío sobre la mesa y un teléfono que no para de sonar al que no pienso atender.
No me hace falta.
Ya sé que trae malas noticias.